Como una mañana cualquiera, sales de tu casa para ir al trabajo y cuando aparcas y bajas del coche te das cuenta de que una rueda de la silla está pinchada -se pinchó el día anterior, que fuiste al campo a pasear a la perra-, y en eso te desmoronas y lloras hasta decir basta (nivel sofocón) y en vez de tranquilizarte y respirar muy hondo, etc, etc, etc... porque no vas sola y hay mil soluciones, sigues llorando y maldiciendo. Hasta que llegas a un punto en el que ves que algo va mal, que no va como debiera ir; que llevas semanas llorando, día sí y día también, de mal humor, apática.
Te excusas en la calor, que te agota y te quita las ganas de todo. Pero en el fondo, sabes que no es sólo eso.
Hasta que llega un día y un cúmulo de casualidades (el destino!) hacen que conozcas a una persona que te diga que... La vida no tiene normas, no está escrita, ni tiene manuales, nadie sabe qué es lo 'normal' y qué no. Así que coge y escribe tu propio guión. Tampoco nadie sabe lo que va a pasar, ni si será bueno o malo.
Así sin avisar, llega un día en el que una amiga echa el cierre a su blog; uno que le daba una chispita especial a cada viernes, por el echo de saber que había un post esperándote y que te iba enseñar algo. Y en ese último post te dice que hay cosas que no controlas, que no dependen de tí; y cuando se te derrumba tu vida y sientas que no hay salida, te construyes un proyecto que para tí sea importante, que te motive, que ocupe tu tiempo, que invirtiendo tiempo en él te sientas realizado; para que si decaes te puedas aferrar a 'eso' como si fuera lo único que tuvieras.
Y todo ésto en horas... ¿No os parece maravilloso? Puede que algo esté cambiando...
Ilustración de @mariapezsanz |