Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros.
Una de las vasijas tenía una grieta, mientras que la otra era perfecta y entregaba el agua completa al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón. Cuando llegaba, la vasija rota sólo tenía la mitad del agua y por dos años esto fue así diariamente. Desde luego la vasija perfecta estaba orgullosa de sus logros, perfecta para los fines por los cuales fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía conseguir la mitad de lo que se suponía debía hacer.