"Se puede vivir sin perro, pero no merece la pena." Heinz Rühmann
Aún recuerdo como conocí a Persa. No creo que lo olvide nunca. Estábamos a finales de febrero y los cachorritos de Duna tenían un mes, íbamos a conocerlos. Recuerdo que Tales, de la Fundación Acavall, me advirtió: "No cojas a ninguno en brazos nada más llegar porque con ese te quedarás", y me dio una serie de pautas para que eligiera. Yo desoí por completo sus palabras y los fui cogiendo uno a uno entre achuchones; entendedme, eran irresistibles.
Habían 3 hembras y 5 machos (lo único que tenía claro es que quería hembra); no nos decidíamos y al cabo de un largo rato, a la que le rozaba la tripa con el suelo, se quedó dormidita casi debajo del reposapiés de la silla de ruedas; no pude resistirme, la cogí en brazos y dije: "¡¡Me la llevo!!"
Si eso no fue una señal... A Persa no la elegí yo, me eligió ella! Aunque aún me pregunto porqué, porque con la cara de primeriza que tenía...
Puede ser que Persa no sea la perra idónea para ser perra de asistencia (lo que se conoce como perro-de-asistencia, art.3), pero es la perra idónea para mí: cariñosa, disfrutona, tranquila, pícara... No le puedo exigir el oro y el moro, está claro que si a ella le apetece lo hará y sino, no. Es híper-feliz y con eso me basta.
Siempre he pensado que los humanos podríamos aprender muchas cosas de las personas no-humanas: la felicidad de las pequeñas cosas, conformarse con poco: con un trocito de verde para correr y un poco de fango para rebozarse, con pan duro...
No tienen por costumbre traicionarse: ellos se huelen el culo nada más conocerse y si se caen bien, ya son amigos forever; si no se gustan, marcan distancias, mirada de reojo desconfiada, gruñido, y si se vuelven a ver, como si no existieras.
A los humanos nos aterra ver a un perro ladrar, pensamos que con esa boca que abren y las babas que echan, nos van a morder la mano y arrancar el brazo, o ir directamente a la yugular... Pero no, ya se dice que "perro ladrador poco mordedor". A no ser que los adiestres para eso. Una vez me dijeron: Los peligrosos no son los perros, sino sus dueños. A veces creo que los que deberían llevar bozal son ellos, no los canes.
Disfrutarla es todo un placer (escribo esto 24 horas después de que se haya rebozado con lo que le ha salido de las tripas a un amigo suyo; y cruzando los dedos de pies y manos para que no se me abalanzara sobre mí). Y las horas o minutos que le dedico no es tiempo perdido sino invertido. Me decía un humano: Hay que ver el tiempo que perdemos con estos animales (después de una hora de paseo con su hperactivo peludo); yo ese tiempo se lo dedico, lo disfruto más que ella. Creo que hago por ella todo lo que puedo, si pudiera hacer más creedme que lo haría, ella ya lo sabe.
Días frenéticos en los que llego a la hora de su paseo nocturno y solo me apetece una ducha y sofá... Oigo sus ladridos de emoción al escuchar el timbre y no puedo evitar llevármela. Sería mucho más cómodo abrirle la terraza (y sobretodo, nadie me lo recriminaría!) y que hiciera ahí sus cosas, pero soy de las que creen que los animales tienen sentimientos y derechos.
Hablando de ésto me preguntaba Fani: y te compensa? Yo, con lágrimas en los ojos, le dije: muchísimo.
Adjunto el programa de radio del 13 de junio "El Fémur de los animales y compañía", del que tomo prestado el título para este post. Gracias Fani Grande.
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