Un año hace por estas fechas, me enteré por casualidad que la enfermedad que me hacía ser rara desde niña, era la Ataxia de Friedreich. Fue un golpe duro, inesperado, pero por otro lado, también fue un alivio. Creo que no me pilló en un buen momento, aunque la verdad, tampoco sabría buscar el momento más idóneo para semejante notición. Trastocó por completo mi vida y en ese momento, todo coincidía.
Pero no os creáis que de la noche a la mañana la vida se me volvió de color de rosa… Me tuve que dar “un par de guantazos” para darme cuenta de lo que estaba pasando. He llorado mucho, es una rabia…
Ahora voy a días… algunos son muy buenos, estoy eufórica y me quiero comer el mundo, en cambio los días malos, son muy malos. Pero no puedo hacer más, de momento es lo que hay… Sería un poco egoísta si quisiera dar la espalda al problema y lamentarme todo el día. Porque no puedo dejar de pensar que yo tengo la Ataxia, pero mis padres y mis hermanos también. No sólo yo sufro las limitaciones, ellos también y se ven obligados a tomar decisiones…