el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Antonio Machado (1875-1939)
Hace un mes que llegué a casa después de perderme en el Camino de Santiago y volvería a irme, es más, al día siguiente ya quería volver. Voy a intentar transmitir, a ver si soy capaz, lo que viví y sentí en apenas cuatro días como peregrina (más dos de viaje).
Desde que tengo uso de razón había oído hablar de El Camino de Santiago y de la multitud de personas que cada año lo hacían; yo también quería. Me gustaba andar y no veía el problema en hacerlo durante medio día, con las consecuentes paradas; lo dije en casa, pero me pusieron mala cara. Más tarde, cuando podía desplazarme de manera independiente con el andador, solté un día en casa: «Quiero hacer El Camino de Santiago en andador!» Pero, cómo vas a hacer El Camino con andador? , me dijeron. Luego, cuando llegó la silla, ni me lo planteé.
Primera lección:
El «no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy» no sólo es aplicable a los deberes de clase, también a nuestra vida; es una especie de «aprovecha hoy porque igual mañana no puedes y te quedas con las ganas» (llámalo Carpe Diem si quieres, cada vez soporto menos esa expresión). No hice El Camino andando, se me pasaron los años en los que aún podía; no lo hice en andador, también pasó el tiempo en el que con el andador era libre; y no miento cuando digo que me arrepentí. Este año lo he hecho en silla de ruedas; no he querido desaprovechar la oportunidad, no sé si se volverá a presentar, y si se presenta no sé en qué condiciones jugaré. Y no quiero volver a arrepentirme.
Hace unos años empecé a conocer a gente que había hecho El Camino en silla -manual, eléctrica, scooter y batec-, y yo, que soy de mente inquieta, necesito poco para quererlo todo. Así que este año se alinearon los planetas y unos ángeles lo organizaron todo para que pudiera hacerlo.
Si una persona sin limitaciones físicas quiere hacer El Camino, sólo tiene que cargarse la mochila a la espalda y echar a andar. En cambio, en mi caso, hubo que mirar qué ruta era la más indicada, reservar alojamiento en albergues adaptados (la única diferencia es que el baño es adaptado, pero en mi caso, no necesito más) y alquilar un coche para llevar, aparte de las mochilas, a nosotras, en los tramos en los que era IMPOSIBLE hacer andando.
Me fui con mi hermana y tres amigas a hacer El Camino Portugués -desde el primer pueblo de España por el que pasa esa ruta, Tui (Pontevedra)-, aparentemente el más accesible para ir en silla.
Hay varios caminos, y todos llevan a Santiago. Unos son más bonitos, otros menos; unos son más duros que otros, y los hay más transitados que otros. Unos son por bosques con riachuelos y viñedos, y otros por polígonos a pleno sol; unos son de montaña y otros son más llanos; y hay unos que tienen más fama, por lo que sea, y siempre tienen gente, y esos peregrinos nunca viajan solos.
Era accesible, pero sólo unas etapas concretas, porque había tramos imposibles y no podíamos arriesgarnos. Fui con la silla manual (porque alquilar un coche adaptado era complicado), pero con la eléctrica creo que hubiera tenido los mismos problemas.
El Camino es hermoso y mágico tal cual es, y no se puede cambiar. Es natural y hay que respetarlo, nos tenemos que adaptar a él. Cierto es que cada vez somos más las personas que, desde una silla de ruedas, lo andamos -¡¡¡hace unos años sería impensable!!!-, y prueba de ello son la cantidad de albergues adaptados –por cierto, demasiado bien para mi sorpresa-. Desde aquí, hago un llamamiento a quien corresponda, para que acondicionen los tramos más difíciles o, en su defecto, hagan vías alternativas para que todos podamos seguir disfrutando de ese oasis.
Nos topamos con varias cuestas pronunciadas, y aunque iba con cuatro andantes que empujaban en modo tren y lo daban todo, no sobraba la ayuda. Nos topamos con varias personas, de diferentes lugares que, en situaciones clave y sin pedirles nada, nos echaron una mano: desde compartir una cena, porque esa noche sólo llevábamos anacardos, hasta para bajar una cuesta exageradamente pronunciada. Y al decir, en modo de agradecimiento: «Sin saberlo, mira lo que te has encontrado...» Responder, sonriendo: «Peregrinos.» Aún me emociono al recordarlo.
Cuarta lección:
Ser peregrino no es lo mismo que ser turista. El peregrino anda su camino, con una meta fija, pero sin prisa. Sabe que lo más probable sea encontrar a otros peregrinos que van al mismo destino, y por tanto los saluda y habla un poco con ellos; les pregunta si necesitan algo porque sabe que luego puede ser él quien necesite ayuda. Cuida el albergue donde descansa unas horas porque es consciente que, esa tarde, vienen otros que quieran encontrárselo todo como él. El peregrino saca la mejor versión de sí mismo, que quizás no tiene nada que ver a cómo es en su día a día, porque El Camino invita a eso.
Varias personas ya me lo habían dicho: ¡El Camino te cambia la vida!, y no era capaz de entenderlo. Y menos haciéndolo sentada, sin moverme. Sin sudar por el esfuerzo. Lo disfrutaría igual? No sabía lo que me iba a encontrar. Pero desde la primera noche, al llegar al albergue, tuve la corazonada de que lo iba a exprimir, que no iba a quedar ni la pulpa. Por ir en silla no voy a disfrutar menos; como con el resto de las cosas, por supuesto de otro modo. Ah! Y cansada acababa -mi espalda y mi culo dan fe de ello-, y sudada, y agradecía la ducha como cualquiera de las demás, y cogía la cama igual de a gusto.
Quinta lección:
A mis compañeras de aventura les caía el sudor por la cara y los brazos como sólo había visto en las películas. El esfuerzo. A mitad de la cuesta nos daban ataques de risa por lo alucinante que era lo que estaban(mos) haciendo. El sentido del humor es clave. A pesar del agotamiento no dijeron un «me duele…» o un «no puedo más»; la energía y el “se puede” les empujaron a seguir. Ahora entiendo mejor esta frase «Si quieres ir rápido camina solo, si quieres llegar lejos ve acompañado»: sin duda la harmonía que reinó entre nosotras y la filosofía de “gozar del camino y da igual cuándo lleguemos” hizo que lo disfrutáramos tanto, porque hubo situaciones en las que de haber tenido otra actitud no sé la que se podía haber armado...
Tantas y tantas lecciones me llevo... Fue absolutamente maravilloso e inolvidable. Algo que repetiré seguro. No es solo recorrer un camino y llegar a destino. Es vivirlo. Respirar limpio: eucaliptos, pinos y moras. Es ser peregrino. Un viaje que te obliga a pensar sólo en los pasos que vas dando: ni en ayer ni en qué harás más tarde.
Sentí una paz inmensa. Al llegar a casa tenía la sensación de que estuve fuera un mes; creo que nunca había desconectado tanto; volví renovada, y con fuerza para seguir mi propio camino. Y sí, te cambia la vida, pero es algo que comprenderás sólo cuando hagas El Camino. No te arrepentirás. Palabra.