Acabo de llegar a casa. Aún tengo el pelo húmedo y las piernas cansadas, como cuando de pequeña hacía el trayecto de veinte minutos andando de casa al cole.
Algunos días ceno algo rápido y a las diez me meto en la cama, pero hoy me he
venido arriba. Tengo a mi lado un yogur con nueces, que
es lo que tomo aquellas noches en las que mi cuerpo no puede más y le
cuesta hasta masticar; a diferencia de algunas personas, el agotamiento
físico me quita el apetito y ya pueden rugirme las tripas que dormir,
voy a dormir igual.
Lo que pruebo y me gusta lo cuento, lo recomiendo y doy toda la información de la que dispongo. De lo que no me gusta o me da malas vibraciones (sí, soy muy de llevarme por sensaciones, sobre todo por la primera) no lo cuento (bueno, quizás sí, pero sólo en petit comité), ni lo dejo de recomendar; por el hecho de que en mí no dé buenos resultados no tiene por qué no darlos en los demás. Sí, estoy hablando de terapias, intervenciones o tratamientos en diversos ámbitos: fisioterapia, neurología, terapia ocupacional, logopedia o psicología. Con el paso de los años, y más últimamente, me he dado cuenta de que no todo sirve para todos los que compartimos origen de la lesión (Sistema Nervioso), ni carácter de ésta (degenerativa), ni tan siquiera patología (ataxia).
Por qué yo voy "empeorando" a pasos veloces mientras ese chico de ahí empeora más lentamente? Influyen muchos factores: el peso, la estatura, la edad, cuántos años llevas con la lesión o aparición de la enfermedad, el grado de afectación (no es lo mismo poder ir andando con bastón o andador, que en silla de ruedas) o el estado anímico.
No siempre soy tan comprensible: a veces no entiendo porqué ésto no va proporcional al esfuerzo y me enfado, y caen lágrimas que saben a rabia.
Decía que estoy agotada, pero sumamente contenta, porque vengo de mi sesión semanal de hidroterapia (sí, la terapia de la disputa, por la que me dijeron -y ya van tres veces- que como crónica no tenía derecho ni a agua, valga la redundancia). Para una amante del agua como yo -que podría ser pez y no me aburriría-, que tengo mil teclas neurológicas funcionando a medio gas y no puedo meterme en una piscina convencional por lo fría que está, ese es mi momento favorito de la semana.
Antes de empezar la terapia acuática llevaba dos años tocando el agua "sólo" en la ducha y durante los meses de verano, ya que el agua tan fría contrae la musculatura, la tensa, destroza cervicales e impide el movimiento -y lo que me faltaba a mí, que me lo compliquen!-. Así que me resigné. Hasta que, por pura casualidad, conocí a una terapeuta que trabajaba en Neural, una clínica multidisciplinar de rehabilitación neurológica, donde hay una piscina a 36º (demasiado solicitada y necesaria para ser la única, en Valencia, terapéutica con esta temperatura).
Una piscina de 5x10 donde no voy a hacer cursillos de natación, ni mucho menos, sino que estoy con un fisioterapeuta haciendo una sesión de rehabilitación -sustituyendo la camilla por el agua- con los beneficios y posibilidades que ofrece este medio: la flotación, el peso pluma, el movimiento libre, el hecho de andar y no caer... Porque el agua acaricia y se acopla.
Trabajo duro, como en todas las terapias que hago, pero es mi momento zen (o #porqueyolovalgo; unos se van a un spa y a darse chorros, y yo me voy a Neural), y lo disfruto mucho. Soy plenamente consciente de que es un lujo, y de que soy muy afortunada de poder permitírmelo.
El primer día, antes de empezar la sesión. Finales de febrero 2017. |
Gracias, Neural, por la posibilidad. Gracias, Ernest, por ponérmelo tan fácil.